Poemas de Alberto Quero

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¿Cuál voz escucho en este instante amplio y oscuro,

en este instante que me desliza

hasta el fondo de la angustia?

He dibujado unas líneas torcidas como el azar

y como el calor que me circunda.

Me he vuelto susceptible al estruendo

y dudo si él podrá despertarme

Dudo que algún día aprenda a abjurar,

o que pueda hacerlo con hambre

 y apatía simultáneas,

como la angustia y las dudas

que se agrupan espontáneamente

y han formado un fárrago inagotable.

Ya no sé si yazgo en ellas o por qué.

He desistido de la sabiduría,

de su sola búsqueda

Ahora sólo deseo una hilacha de paz,

una sola nada más,

una migaja de silencio.

No aspiro a ser más que viento y arena.

22

¿Cuál demonio me somete ahora,

o cuál duende se agiganta y me abarca?

Finalmente he desistido;

no fue inmediato, pero fue. 

por algún prodigio desconocido

me fue revelado que mirar las nubes

equivale a planificar subversiones estériles 

a sembrar trastornos infecundos en una paz dura,

en una armonía forzosa y obligatoria,

aunque indudablemente cómoda o sosegada; 

entendí también que en esta ciudad

de nada sirven los rosarios

y lo inútil que es tener los bolsillos llenos

si es mercurio lo que se acarrea.

imagen: freepik.es

24

¿Qué señal me resumirá del todo?

¿alguna isla? ¿algún vértice? 

¿o algún antifaz, desigual y ajeno a todo repertorio?

Soy una circunstancia inocua y diversa:

con dificultad interminable mantengo hoy mis huellas;

paso exhausto y silencioso porque ya no soy el mismo,
con mucho trabajo doy cada paso:

solo laboriosamente inicio cualquier proceso

y a casi nada quiero sujetarme. 

Me cuesta, y mucho, lo mediato y la permanencia.

y sólo las dudas revolotean en torno a mí.

Dudo que esté ahora menos despoblado

o que pueda reconocerme después de tanto éxodo.

Y he aquí que ya no soy como antes:

me he congregado delante de mis espejos

pero mi nombre se ha hecho diverso

y me sé incapaz de recordarme

Desde ayer solo soy cansancio incrustado,

 aprendiz de carencias,

escéptico de ensayos

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¿Soy eje o peregrinación?

Tal vez ambos simultáneamente:

a duras penas me sostengo

en el centro interminable de un itinerario inconcluso.

No cuento almohadas ni lágrimas

y no sé si es ello bueno o malo.

Ignoro el nombre de lo que atasca,

me sobra lejanía

y temblores entre los dedos.

A veces dudo:

con toda seguridad el tacto me ha engañado

y los ojos me han mentido.

A veces subsisto

porque despertar es el inevitable tema de mis sueños

Por ningún paraguas se ufana mi pasado

y el futuro resiste mis preguntas,

pero hoy, al menos por hoy, proclamo virgen mi sombra;

por hoy, al menos por hoy,

se mantendrán incólumes mis huellas

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¿Debo conservar algún talismán?

Todavía guardo tres:

una piedra blanca,

un caracol

y el más feroz silencio

De puro fastidio por todo,

vendo mi alma por una gota de invisibilidad,

hipoteco mi sino por un grano de abulia

y mi sola médula es la bajamar perpetua

o lo que conduzca a la ausencia de fanfarrias.

Algún resquemor me inspira las cenizas:

pretendo una criba diferente.

Invocaré un sitio que me desconozca.


[1] Estos textos forman parte de “Del azar y otras nimiedades” (2018) Ottawa, Canadá

Mario y las nubes

Zalomé Torres

Mario sabía que todas las noches las nubes bajaban del cielo y se metían en su recámara. Nunca lo dijo, pero estaba seguro de ello.  La prueba: cada mañana despertaba con las manos frías, como si hubiera acariciado pasto húmedo o se hubiera refrescado con el rocío del amanecer. A veces se despertaba con la sensación de acariciar algo muy suave como el algodón. Por eso dedujo que las nubes inundaban sus noches.

Es probable que la recámara de Mario poseyera algún encantamiento… Quizás era su desbordante imaginación  la culpable de sus sensaciones. Tal vez eran los ojos de Carina los que provocaban esos remolinos nebulosos. Lo cierto es que Mario nunca les dijo a sus papás lo que sentía; tampoco lo comentó con su hermana mayor, ni lo platicó a sus amigos.

Mario creció día a día lo que todo niño crece cada vez que la tierra da una vuelta alrededor del sol. Pasaron algunos inviernos y primaveras. Para ese entonces Mario ya se había familiarizado a la fresca cobija de nubes; es más, le resultaba agradable.

El día de su cumpleaños número 29  fue el primer día que Mario no palpó la suave caricia en sus manos. Esa mañana se despertó como se despierta cualquier otro adulto: con pocos ánimos de levantarse y con mucha prisa por todas las actividades que le esperan; bañarse, beber café, salir corriendo a tomar el autobús, llegar al trabajo, lidiar con ese ambiente plagado de piedras verbales, tiroteos de encono, evadir ataques de algunos compañeros, en fin. Competir obligadamente sin tener una meta, sólo servir y cumplir órdenes.

Por la tarde con mucho estrés llega a su casa a medio comer. Mario se toma unos minutos para desconectarse del ruido y sentado en el sofá duerme una siesta de veinte minutos. Después se enjuaga la boca y regresa a la oficina por tres horas más.

Pasaron otros veranos y otoños. Tantos, que la sensación algodonosa que las nubes obsequiaban en sus palmas se había marchado de sus memorias.

Acaso su imaginación conservaba algunos destellos de su mente de niño. Cuando se preguntaba cómo se verían las nubes descendiendo del cielo y meterse en su casa. O a la inversa ¿sería su cuarto el que se elevaba hasta llegar al cielo? Esas ficciones eran lo único que Mario pensaba. Ahora rotas y fracturadas se habían instalado en el último rincón de sus ideas. Las palabras trabajo, renta, dinero eran gigantescas. Pesadas y puntuales asistentes a sus pensamientos. No había lugar ni momento para recordarse.

Una tarde camino a casa estando en el paradero de autobuses un aroma floral cosquilleó el ambiente. Mario sintió una mirada que le pedía a gritos su atención. Se giró un poco y allí entre los demás contornos grises resaltaba una silueta chispeante Carina, su amiga de la infancia le sonreía. Él no la reconoció.

-Mario, ¿eres tú? –le habló risueña la mujer con esos grandes y obscuros ojos  que en el colegio muchas veces  lo sonrojaron.

Mario la miró como si protagonizara una película en cámara lenta. Con esa lentitud los destellos de su casa de nubes le formaron una temblorosa sonrisa. Intercambiaron unas cuantas palabras y otras sonrisas un poco más francas. Carina estaba de visita. Ella vive en otra ciudad y está casada. El abrazo de despedida rehabilitó el mecanismo de ensoñaciones que por lustros había estado en desuso.

imagen: freepik.es

Al llegar a casa. Mario no probó cena, se tumbó en el sofá, cerró los ojos y una lágrima se asomó. Una gota salada, extraída de la lluvia vespertina de primavera. Esa lluvia casi dulce y tibia que formaba pozas y charcos en los caminos y que Mario al salir de la escuela secundaria, disfrutaba brincar en ellos para salpicar a sus compañeros, entre ellos Carina.

Esa lágrima rodó muy rápido por su mejilla, con la misma rapidez que llegaron los recuerdos de su infancia: la tarde en educación física en la escuela primaria; cuando un balonazo golpeó a Carina, y todos rieron menos él. La lágrima había terminado su recorrido, entonces otra más se deslizó y luego otra y otra más. No lloraba de tristeza, sino de gratitud. Carina y sus ojos lindos, refrescaron su memoria y trajeron esas fantasías que sólo un niño jura que son reales. Esas vivencias ordinarias de la infancia, que se tornan extraordinarias en la adultez.

Conducido por la fantástica realidad del pasado Mario salió de su casa y gritó al cielo:

¿¡Por qué me han abandonado?! La gente que pasaba por la banqueta lo creía alterado por alguna droga. Se alejaban de él con cierto temor.

Una brisa se dejó caer y lo invitó a jugar. Mario sonrió y extendió los brazos para recibirla. Cada punto húmedo lo hacía sentir mejor. Cada gota de esa tenue lluvia le traía un fragmento de una imagen. El rompecabezas se completó luego de un par de horas. Empapado logró contemplar la estampa nocturna de su casa rodeada de nubes.

Esa fue la última vez que lo vieron. Lo único que dijeron los vecinos, fue que esa madrugada se escuchó la risa de un niño que jugaba en la calle en pleno aguacero.

Wordsmith

Jesús Alejandro Espinosa Gaona / México

Nombrar cambia lo que nombras

aunque algo huela a podrido en Dinamarca

te quedas mirando el ombligo de las frutas

rompes lanzas por el erizo

ya que la realidad rompe las lanzas de todo,

la realidad es mi Moby Dick y

es esta la enfermedad de escribir.

Un pacto Faustino que no resulta propicio

para esta poesía lego

con la que construyo mi jungla galáctica.

Lobo feroz

Zelma Dumm

Acta e Informe pericial de la autopsia de Lobo encontrado en la casa de la abuela de Caperucita Roja, manzana 7 ,  casa 28 del Barrio Primavera.

Causa de la muerte: indigestión aparente.

Copia de la grabación de audio e imagen realizada mientras se procede a la autopsia.

Peso aproximado del Lobo: 50 kilos

9:00 AM Se inicia el procedimiento formal de autopsia, para lo cual se describe el cuerpo. Animal de tamaño mediano, patas con garras afiladas. Cobertura de pelo homogénea, tirando a negro, largo en el lomo, más corto en la panza y en los laterales de las patas. Cabeza proporcionada, unida al tronco, sin lesiones aparentes. Ojos vidriosos producto del deceso, lengua rosada, caída sobre la abertura de las fauces. Dientes puntiagudos, con faltante de dos piezas molares sobre mandíbula izquierda.

Se inicia la abertura del cuerpo con un corte longitudinal de aproximadamente 50 centímetros. El abdomen se encuentra abultado, con prominencia hacia el centro. Los pelos del animal impiden el deslizamiento del bisturí, que no corre con la soltura que corresponde. Se busca entonces reemplazo de la herramienta. Se utiliza en su lugar una sierra oscilante eléctrica, generalmente apta para el corte de yeso. Ni bien se comienza la incisión, resulta improcedente su continuación porque se enredan los pelos largos en la sierra y no se puede avanzar con la cirugía al cadáver.

La necropsia, término pertinente cuando la especie del cadáver es diferente al de la especie que la realiza, está siendo llevada a cabo por patólogos veterinarios con colaboración de patólogos médicos, en función de la relevancia policial del caso.

Dado el fracaso de cirugía con material eléctrico, se procede nuevamente a intentar el corte del abdomen del lobo con una tijera extraída de la caja de sutura que se encuentra en el quirófano. La dureza de la piel impide su corte. Se solicita contar con material veterinario específico, por lo cual se detiene todo movimiento hasta obtener instrumental veterinario para grandes animales. Se lo solicita al zoológico vecino.

11:00 AM Transcurridas dos horas, el personal veterinario y médico recomienza su tarea.  Se procede ahora con una sierrita manual ligera. El movimiento de ida y vuelta se vuelve a trabar por el pelo duro del animal. Detienen el procedimiento y solicitan al personal de apoyo que comience a depilar al animal en la zona ventral, para lo cual indagan sobre la posibilidad de contar con con una afeitadora eléctrica. Interrogado el personal de enfermería, uno de los ayudantes declara que en su domicilio cuenta con un instrumento de ese tipo. Se le ordena ir a buscarlo.

ilustración: freepik.es

1:00 PM La necropsia recomienza. Se inicia el afeitado de la panza del animal. Luego de su depilación definitiva, pues se descarta que el pelo pueda volver a crecer dado el estado cadavérico del cuerpo, se detiene el procedimiento para dar lugar y espacio al almuerzo del personal a cargo de la compleja operación.

2:30 PM El personal médico y veterinario se aproxima al cuerpo. Con el calor del mediodía , el cadáver ha empezado a desprender un fuerte olor a zanja abierta. Se limpia la zona de quirófano de los restos de pelo. Se colocan dos grandes ventiladores a paleta que apuntan sobre la camilla. Esto permite la continuación de la cirugía. Cuando el personal patólogo consigue abrir el abdomen se encuentra con un campo complejo a la vista. Bultos de tamaños considerables  aparecen recubiertos por la membrana del cardias. Puede comprobarse que no se han producido los movimientos peristálticos correspondientes al vaciamiento gástrico completo, por lo que los restos ingeridos por el animal previo a su deceso han quedado retenidos a nivel fundus, sin permitir que el jugo gástrico haya efectuado su acción desintegradora.

3:00PM Se detiene el procedimiento quirúrgico para la realización de tomas fotográficas que permitan el posterior análisis policial del caso. Se convoca a profesionales de los canales de TV Olé y Nueva Realidad para que pasen a grabar las imágenes que se transmitirán al publico en el horario de medianoche, en la franja de Contenido no apto para menores.

La neblina

La neblina
La neblina cubre las montañas,
y las plantas cubren la neblina.
Lagos de gas sobre mi cabeza,
es como nadar entre burbujas de fantasía,
es como caminar sobre algodones de ambrosía.
Tres aves sobre los árboles se pasean.
Mientras voy rodando, mientras avanzo, me detengo,
y veo tendederas.
El vestuario de los infantes baila al ritmo del viento.
Entre las montañas vislumbro hogares,
Mayoría familias mineras,
y el olor a cecina y a tierra inundan las calles.
Mientras las neblina sigue su curso hacia el sur.

Gabriela Nathaly Ochoa

foto: freepik.es

Poemas de Sandra Álvarez

Tiempo abstracto

Un tiempo cualquiera en un lugar cualquiera.

Usar todos los ojos y otros sentidos para ver.

El exterior explota.

Expandirse junto con él

sentir los colores y la oscuridad desvistiendo los astros

revistiendo el polvo indeciso.

Colarse por los agujeros inclinados

de los desagües transparentes

y los vacíos entre los planos de las tumbas.

Cementerio de futuros sonoros;

concierto atemporal

entre los cambios de estaciones.

Paralelismo asincrónico

universos mutantes instantáneos.

Subjetividad para describir los padecimientos.

Particularidad a medias

ausencias de sombras y reflejos

muchos puntos luz y todo oscuridad

muchos puntos desplazándose sin órbita.

Atisbar el vacío previo;

medirlo a simple vista

descartando su materialidad inútil.

Súbitas gotas se crean a sí mismas

se multiplican desafiando la gravedad del infinito.

Llueve, las estrellas se humedecen

se desfigura su contorno

posibilidad de confundirlas con piedras ardientes.

No son necesarios los nombres en un reloj metafórico.

ilustración: freepik.es

Hojas en otoño

Me des(h)ojo en éste bosque infinito para vivir desnuda

(para tener de qué escribir)

y para que en los vacíos que disminuyen mi cuerpo

florezcan hilos con nudos transparentes y libélulas azules.

La profundidad de las palabras escritas

me atrae a caer en sus océanos y volcanes,

a usar su nombre en lugar del mío.

Ellas prometen magia,

hacer volar

alargar nuestra existencia antes y después de morir.

(Confío en la palabra de las palabras).

Me adueño de sus utopías y sus caminos.

Intermitentemente quiero-necesito escribir

para llenar el silencio de estos días.

He apostado a la necrofilia infiel

a la locura intermedia

al amor sin causas justas.

Pero siempre gana la incertidumbre

la duda

la falta de razón

y la ausencia de raíces.

Sólo soy el miedo / el silencio / la ausencia.

El miedo / la huída / el fracaso.

Palabras que no me gustan.

Trastorno mi ser:

he pasado el cerebro a mi estómago

para que conozca las luciérnagas,

las estrellas que se apagan

y sus dedos acaricien la agonía de las mariposas  que en mí se suicidan.

Mis pies habitan dentro de mi cabeza

para ir a donde hay musas

y correr tras ellas para que se vayan lejos.

Puertas abiertas

ojos cerrados

coincidencia intemporal con un fantasma,

coincidencia eterna con vos.

Sentencia de muerte

Un bosque de rocas parecidas a las nubes

al pie de una cascada de bambú

anuncio de la ejecución

la hormiga acepta sus pecados inmortales.

Convención post-guerra

para aniquilar sobrevivientes

salvación por alineación planetaria.

Hojas que florecen en el mes 11

amarillo otoñal

nuevo incendio en este lugar que no es nuestro.

Hoy no hay tiempo  mañana le avisaran que está muerta.

Sandra Álvarez

La vitrina

Alexander Giraldo

—¿Entonces te corro cada vez que te pones brava?

—Estamos aquí hablando porque no eres capaz de aceptar que hiciste mal, siempre sabes que algo pasa y te quedas callado como si todo te importara una mierda.

—¿Pero si ves que otra vez te estás sulfurando?

—Está bien lo acepto, pero me da mucha rabia que ignores las cosas cuando están tan patentes delante de ti.

—Yo sabía que andabas rabiosa, pero quería ver lo que ibas a hacer.

—Eso te hace peor, eres como un psicópata.

—No es eso, solo quiero entender.

—¿Entender qué?

—Por qué andas así hace como tres meses y la verdad es que no me acuerdo.

—Ah, no recuerdas.

—Te juro que no, ¿de cuántas cosas hablamos todos los días, Juliana?

—Eso es lo que más ira me da, esa falta como de atención tuya, como una falta de voluntad. Y lo peor es que nunca, pero nunca, dices lo que debes decir.

—¿Qué es lo que debo decir?

—¿Ves?

—Yo creo que las cosas entre nosotros serían más fáciles si dejaras de hablar como un maldito libro de Kant.

—NUNCA PIDES DISCULPAS.

—¿Y qué es lo que pasó hace tres meses por lo que debo pedirte disculpas? ¿Dejé pelos en la ducha? ¿Gotas de orín en el sanitario? ¿Eructé?

—Ahora eres tú el que le está subiendo al volumen.

—Está, bien, discúlpame, pero te juro que no recuerdo nada.

Sus palabras fueron para ella como un martillazo en el corazón. Juliana pasó los dedos de una mano por la frente mientras apretaba los ojos para no dejar pasar el torrente de lágrimas que empezó a despeñarse por su cara.

—La vitrina —dijo ella y el llanto borró el resto de las palabras que alcanzó a nombrar.

—¿Cuál vitrina? ¿De qué me estás hablando, por favor?

—La vitrina de Novacentro.

—¡Espera! —dijo él— ¿escuchas eso?

—¡Hijo de puta! —le gritó ella— ¿por qué eres tan desentendido?

—Juliana, cálmate —le gritó él apretando los dientes y agarrándola a ella por las muñecas— te estoy escuchando, pero te juro que oí algo afuera… ahí está otra vez, ¿si lo oyes?

Desarmada, porque ella también escuchó aquel ruido que llegaba de lo profundo de la noche, le pidió a él que la soltará.

—¿Qué será esa mierda? —le dijo ella con la voz temblorosa. Se limpió los mocos y las lágrimas.

—No sé, es muy raro porque toda la gente ya está durmiendo.

—¿Será que atropellaron un gato?

—No creo, no hubo ni frenones de llantas ni nada.

—Vamos a mirar, Miguel Ángel.

—¿CÓMO SE TE OCURRE?

—¿Qué tal que sea alguien que necesite ayuda?

—¿Eso te suena a una persona?

—Tengo que ir a ver, suena por el lado del callejón, le voy a decir al portero que me acompañe.

—Es domingo, hoy no viene el portero.

—Miguel Ángel, no nos podemos quedar acá.

—Eso tuvo que ser una pelea entre gamines.

Miguel Ángel fue hasta la ventana con el corazón oprimido por el terror. Cuando la abrió escuchó aquel ruido más fuerte. Sin embargo, no vio a nada ni a nadie en el callejón, solo un montón de basura en el contenedor en el que él lanzaba sus desechos desde aquella ventana, por pereza.

—Si no me acompañas voy yo sola.

—¿Acaso quieres que te maten? Esto es el Centro de Cali, Juliana, no una parcelación campestre.

Juliana tomó las llaves y se dirigió hacia la puerta. Él la siguió por el corredor del tercer piso y, al mirar la caja de vidrio en la que se encontraba un extinguidor de incendios, recordó lo de la vitrina de Novacentro.

La agarró de la mano cuando iban por las escaleras del segundo piso.

—¿Estás haciéndome esto por lo que te dije ese día en Novacentro? ¿Esta es tu forma de venganza?

—¿YO HICE APARECER ESE RUIDO EN LA CALLE?

—Ven, escúchame, sea lo que sea eso que está gritando no es nada humano. Mejor llamemos a la policía.

—Qué policía ni qué ocho cuartos.

—Respóndeme.

—¿Qué?

—¿Estás haciendo esto por lo que te dije ese día en Novacentro? Pues otra vez te lo vuelvo a repetir: NO QUIERO. No quiero tener uno y no me siento preparado para hacerlo, o es que ahora me quieres pasar por encima.

Un alarido aún más horrible brotó del callejón, cruzó media calle, llegó hasta la esquina y dobló hacia el edificio donde vivía Miguel Ángel, llegó hasta la reja de la entrada, cruzó los barrotes, se coló por debajo de la puerta doble de vidrio, atravesó el vestíbulo, fue directo a la escalera y subió hasta el segundo piso donde estaba ella otra vez llorando. El grito por poco les estalla los oídos.

—Vamos que parece que se va a morir.

—¿Quién?

—Quienquiera que sea que esté en el callejón.

foto: freepik.es

Miguel Ángel sacó el celular y empezó a llamar a la policía. Mientras él esperaba Juliana arrancó las llaves de sus manos y corrió hasta la puerta principal. Él guardó el teléfono y fue tras ella que ya estaba cruzando la reja metálica.

—¡Juliana, ven! —le gritó y le agarró un girón de la blusa blanca que de inmediato se desgarró.

—¡Suéltame! —vociferó ella y siguió en dirección hacia el grito. Él trastabilló por la fuerza con la que había tratado de retenerla y se fue al suelo. Se paró maltrechamente y cuando la alcanzó ella estaba de espaldas mirando hacia la basura. El contendor era la fuente de los alaridos. Al acercarse ella lo tomó a él por una de sus muñecas y lo aferró tan fuerte que le enterró las uñas en la piel.

Había una caja, con el logo de un centro comercial, sucia y casi completamente estropeada, que palpitaba como un corazón de cartón, había algo adentro y los horribles gritos no cesaban.

—Voy a llamar a la policía —dijo Miguel Ángel.

—NO —dijo ella— estoy segura de que también sabes lo que hay adentro.

Y sin soltarle la muñeca, ella empezó a caminar hacia la caja. Él trataba de soltarse, pero Juliana estaba presa de una fuerza que él nunca le había visto antes. Los espantosos alaridos provenientes de la caja se hicieron insoportables. En un instante Miguel Ángel alcanzó a ver como las alas de cartón empezaban a abrirse y unas pequeñas uñas negras comenzaron a brotar.

—JULIANA, SUÉLTAME —le gritó el— YA TE DIJE QUE NO QUIERO.

Ella no lo escuchó y él tiró tan duro de su brazo que cuando logró soltarse a ella le quedaron restos de carne y piel en sus uñas. Miguel Ángel corrió tan rápido que no tuvo tiempo de detener la hemorragia y su sangre marcó el suelo del callejón. Al doblar la esquina de su edificio y al seguir corriendo por el andén el espantoso alarido y un grito desgarrador de Juliana se convirtieron en una sola cosa.

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